lunes, 11 de septiembre de 2017

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Por muchos años el impacto de las publicaciones de un autor medido por el Factor de Impacto de las revistas donde un autor ha publicado – se ha usado como una medida relevante para evaluar el progreso de su carrera científica. Ese parámetro se usa en general por las universidades y agencias de gobierno en una escala de relevancia para establecer posiciones ordenadas por méritos.

Sin embargo el FI como una medida del impacto y productividad de autores individuales, que surgió en las épocas de la “little science” que definía Price (1963), no es una buena medida cuando se ha pasado en las últimas décadas al estado de madurez de la “big science”.

De acuerdo al concepto establecido por Price, durante el período de la “little science” lo usual es que los investigadores trabajen solos o en grupos reducidos, pero cuando la ciencia pasa a la madurez – “big science” – lo característico es la colaboración científica que permite el desarrollo de grandes proyectos y el acceso a fuentes de financiamiento. De acuerdo a la teoría “elitista” de Price es normal que exista un núcleo de investigadores extremadamente activos y una amplia población flotante de gente que colabora con los líderes. La colaboración científica es una consecuencia de la profesionalización del trabajo que envuelve tanto a las organizaciones, a las agencias de financiación, como a científicos individual y colectivamente.

Entonces, cuando se evalúan los méritos de un autor de una publicación (¿lo llamaremos Impacto?) surge la pregunta del título… ¿el autor de qué? En otras palabras, en un trabajo cooperativo donde han participado docenas de expertos las preguntas son: ¿quién es EL autor?, ¿todos hicieron lo mismo, las diferentes contribuciones tienen la misma originalidad o importancia, cómo se reparten los méritos?

La actividad científica es un emprendimiento social (y también empresarial, ¿por qué no?) donde las reglas de promoción, márketing, y premiación no son muy diferentes a los de otros emprendimientos tales como la industria cinematográfica. Esta comparación ya ha sido planteada reiteradas veces en la literatura especializada, y una muy reciente fue publicada en Nature, donde el autor decía:

Cuando se trata de repartir el crédito, la ciencia podría aprender de las películas. Desde 1934, la Academia de las Artes y las Ciencias, donde se premia con los Oscar, ha mantenido un índice de los créditos de películas, que ahora se llama el Motion Picture Credits Database. (Frische 2012) (Traducción libre)

La investigación científica al igual que la industria cinematográfica no es una actividad unipersonal. Es cierto que hay excepciones, como “El Mariachi” de Carlos Gallardo que lo filmó con USD 7.000 en 1992 y fue un éxito con múltiples premios internacionales. Pero nadie podría pensar que filmes como “El Padrino”¹ que ganó tres Oscar, o “Gladiator”² con un presupuesto de 104 millones de dólares y cinco Oscar, son emprendimientos individuales, o el mérito de unas pocas personas. Por esta razón la Academia no premia “autores” sino que registra “créditos” a múltiples personas en 24 categorías³ diferentes, tales como mejor actor, director, guión original, efectos visuales, música, etc

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